En otros zapatos

 avatar
Joshua Caleb Barreno Quiros

Nota del editor

El siguiente texto es un homenaje del autor a la memoria de Juan Alexis Pérez, quien falleció a la temprana edad de 27 años y, hace más de tres décadas, tuvo que afrontar una discapacidad de la que poco se conocía.

Tic-tac. Son las seis de la mañana en un día de 1987. El alba se abre paso a través de mi ventana, y los rayos del sol acarician mi rostro. Pienso en acomodarme y seguir durmiendo, pero no puedo; tengo que ir al colegio. Aún enredado entre las sábanas y en contra de mi voluntad, me dirijo al baño a lavarme la cara. Ya más despierto, me cepillo los dientes y tomo una ducha. Parece que será otro día igual.

Me encamino a mi armario a buscar mi uniforme. ¡Cómo olvidar mis audífonos! Desde que tengo memoria, la música ha sido mi confidente, y siempre he sentido una conexión especial con ella. De hecho, siempre me han dicho que tengo un talento excepcional.

Este arte se ha convertido en mi refugio en un mundo donde no me entienden. Honestamente, me resulta difícil aceptar que siempre necesito la ayuda de mis padres en tareas tan sencillas como hacer mis deberes o preparar mi desayuno, mientras que a mi hermano todo parece fluirle sin esfuerzo.

En pocos minutos, el autobús escolar llega, como todos los días. A medida que me integro con los demás estudiantes, siento miradas posarse sobre mí y escucho murmullos entre los asientos. Decido no prestarles atención y me dejo llevar por la música.

Una vez en el colegio, me dirijo al salón de clases; sin embargo, noto aún más ojos clavados en mí y me siento juzgado. No comprendo por qué me observan como si fuera un bicho raro. Momentos después me ubico en mi pupitre, y empieza esta tortura a la que todos llaman clases.

Las horas pasan, pero nada se me queda en la cabeza y me aburro. Al rato llega la psicóloga del colegio a buscarme. Suelo reunirme frecuentemente con ella, aunque a menudo me pregunto por qué nunca llama a los demás. Me dice que soy una persona especial, pero no me especifica en qué sentido. Siempre me pregunta si me siento cómodo o feliz; la verdadera cuestión aquí es: ¿qué tengo de especial o por qué soy diferente a los demás?

Regreso a mi celda estudiantil, y finalmente suena el timbre. “¡Por fin, es hora de la orquesta!”, exclamo con entusiasmo mientras me apresuro para llegar al salón de ensayo. Comienza la práctica, y dejo que mi corazón de catorce años me guíe. Desde los diez años toco mi preciado corno francés y adoro interpretar alabanzas con él.

Al final del ensayo, todos me felicitan y me dicen que soy muy talentoso. Debo confesar que la orquesta es el único lugar donde mi ser se inunda de alegría.

Una vez en casa, me quedo mirando al techo de mi habitación y empiezo a navegar en el mar de mis memorias, pero me embarga una gran melancolía al recordar que mi autismo es la razón por la que me tratan diferente. Es frustrante ser discriminado por una condición que no escogí, aunque la esperanza permanece; aguardo el día en que alguien, finalmente, camine en mis zapatos.

¿Quieres participar?

¡Inscríbete en El Torneo en Línea de Lectoescritura (TELLE) y apoya a los escritores evaluando sus crónicas!

Inscribirme

Apoya a los jovenes

¿Sabías que puedes apoyar a los jóvenes escritores con la compra de sus libros de crónicas?

Ser parte de la historia